Logo
Imprimir esta página

Su amor por nosotros no tiene límites

Il suo amore per noi non conosce limiti

fray Patrick McSherry, OFM Cap

Recuerda la pregunta de Jesús: "Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿habrá fe en la tierra?" (Lc 18, 8).

En mi opinión, el mayor desafío al que se enfrenta la Iglesia hoy no proviene de fuerzas externas, como la secularización. La mayor crisis viene de dentro, y está anclada no en la institución, ni en los dogmas, ni en las disciplinas, ni siquiera en nuestras acciones, sino que proviene de lo más profundo de nosotros; en nuestras profundidades hay un vacío. Intentamos llenar ese vacío con todo tipo de sustitutos, incluso con sustitutos religiosos, pero nada lo satisfará excepto lo real.

Predicamos que Dios es amor, pero también hemos vaciado el término "amor" de cualquier significado real, tanto el amor a Dios como el amor al prójimo. Como muchos de los primeros discípulos, nuestro primer fervor fue efímero. No podemos ver a Jesús, es un recuerdo, lo recordaremos siempre, pero ahora volvamos a casa y regresemos a los asuntos de la vida, a lo de siempre.

Ese vacío, ese anhelo, del que hablo es esa vocecita casi imperceptible que nos dice a cada uno de nosotros de vez en cuando: "¿No ardía nuestro corazón dentro de nosotros...?" Nos hemos vuelto tibios, si no fríos.

Hemos maquillado a Dios y lo hemos hecho parecer respetable. Ya no vemos la conexión entre el amor y la pasión. Nos escondemos detrás de un lenguaje religioso seguro, para evitar una verdadera relación personal con Jesús el Señor. Decimos que Dios es amor... como si fuera una virtud teológica, una categoría filosófica, cuando en realidad, la cruz señala la profundidad del amor de Dios por ti y por mí, que es nada menos que apasionado, y que lo consume todo. Dios nos anhela con deseo. Si se tratara de otra persona, nos haría sonrojarnos de vergüenza.

Si alguna vez has estado enamorado sabes de lo que te estoy hablando. Te sientes tan atraído por otra persona que quieres tenerla sólo para ti, quieres estar con ella, disfrutas de su compañía, estás deseando volver a verla, habláis y reís juntos, recordáis cosas del pasado que habéis compartido en común y miráis hacia delante e incluso planeáis cosas juntos para el futuro. El amor captura tu corazón, corre por tu sangre, te posee y te devora. Envías pequeñas señales de que estás pensando en esa persona a lo largo del día. Sigues haciendo lo que tienes que hacer, pero tu forma de andar tiene un poco más de fuerza, tu sonrisa brilla un poco más.

A veces actuamos como si nos gustara Dios, como si Dios fuera similar a un buen libro, o a una película, tal vez a un caramelo, y nada más; pero una relación basada en gustar a alguien, reduce a Dios a un mero conocido, a un amigo de paso, a alguien a quien puedes alegrarte de haber conocido, pero también sin el que podrías vivir.

A los acontecimientos de la muerte y resurrección del Señor nosotros los llamamos Su Pasión, no porque la Pasión implique sufrimiento, sino porque su amor por nosotros no tiene límites, es un amor apasionado, un amor que llega a cualquier extremo para demostrarlo. Y como Dios nos ama apasionadamente, nuestro amor a Dios debe ser también apasionado.

Tenemos que reivindicar nuestro bautismo. El amor no es una virtud teológica, el amor es una realidad viva entre dos personas vivas. Es un amor que consume, que arde intensamente. La oración no es algo que hay que hacer, o que se puede hacer a partir de un libro. La oración es ser transparente con la persona que amas. Los autores espirituales han clasificado erróneamente los diferentes niveles de meditación, reservando el más alto (la unión con Dios) a los místicos. Pregunta a cualquier pareja de enamorados si sentirse completamente uno con la persona que amas está reservado sólo a unos pocos. ¿Alguna vez te detienes después de que sucede algo que es, edificante y sorprendente a la vez, y vuelves tus pensamientos hacia Dios y con una sonrisa, y dices: "sé que fuiste tú, amor mío"?, ¿Alguna vez te detienes en medio de tu jornada, no para decir la Oración del Mediodía, sino simplemente para decirle: "estoy pensando en ti, Dios"?, ¿alguna vez haces un pequeño gesto y dices: "Esto es para ti. Te quiero". Estos son los signos reveladores de un amor apasionado. No es suficiente decir a Dios: “Te quiero” o “te quiero mucho”, basta decir solo: “Te amo”.

Pero el amor apasionado no perdura si no lo alimentas. Cada día Jesús nos dice a ti y a mí: tócame, compruébalo por ti mismo.

Durante el tiempo de Pascua se nos recuerdan fundamentalmente dos cosas; la primera la escuchamos, una y otra vez, en el discurso de Pedro en Pentecostés. Pedro y los apóstoles estaban reunidos ante una gran multitud y Pedro comenzó a hablar, diciendo algo muy poderoso: Vosotros matasteis a Jesús de Nazaret, pero Dios lo resucitó. Aquí radica el mensaje central de nuestra fe. Es necesario comprender que la multitud de aquel día estaba compuesta por personas distintas de las que clavaron físicamente a Jesús en la cruz. No era la misma multitud que gritó ¡Crucifícalo! Aun así, Pedro dijo muy claramente: vosotros matasteis a Jesús. Y cuando escucharon esas palabras preguntaron: ¿Qué debemos hacer ahora? Pedro respondió: Arrepentirse.

Lo más importante es que nos demos cuenta de que nuestra fe no se basa en el hecho de que Jesús murió por los pecados de forma genérica. Recuerda cuando David le dijo a Natán: "Por la vida del Señor, quien hizo esto merece la muerte". Y Natán se dirigió directamente a David y le dijo ¡Tú eres ese hombre! (2 Sm 12:7). Esas mismas palabras se dirigen a cada uno de nosotros: tú mataste a Jesús, pero Dios lo resucitó. La reacción de la multitud en Pentecostés no fue vestirse de saco y ceniza, sino bautizarse y difundir con alegría la buena nueva.

Cuando nos damos cuenta de lo mucho que nos ama una persona, de hasta qué extremo ha llegado por nosotros, de lo llena de pasión que está por nosotros, decimos: ¿has hecho eso por mí? Y Dios dice: sí, y lo volvería a hacer, aunque fuera sólo por ti. Nuestra pasión por Dios es una respuesta a la pasión de Dios por nosotros.

Ninguno de los discípulos de Jerusalén esperaba encontrarse con Jesús resucitado cuando se les apareció. Y cuando lo hizo, habrían preferido que fuera un fantasma. ¿Por qué? Porque lo mataron, lo abandonaron, lo negaron, se avergonzaron del modo en que lo trataron. Mataron a Jesús de Nazaret y Dios lo resucitó. Esto debería llenarnos de un profundo sentimiento de gratitud. Alguien salvó no sólo mi alma, sino también mi historia y mi vida entera. Es decir, nos enseñó no sólo a morir, sino a vivir.

En segundo lugar, nos enseña a dar a los demás lo que nosotros mismos hemos recibido. Jesús deja muy claro que todo lo que hagamos a otro, se lo hacemos a Él. Jesús no nos pide lágrimas, ni más oraciones, ni penitencias, ni caras tristes, ni remordimientos, nos pide pasión, nos pide que seamos como Él. Dejémonos atraer, conmover y arrastrar por la pasión de Dios y respondamos con nuestra pasión por Dios. Hermanos, vivimos en deuda con los otro. Cantemos nuestro Aleluya por lo que Dios ha hecho por amor a cada uno de nosotros. Y cuando respondemos a su pasión con nuestra propia pasión, toda la hueste de ángeles y santos cantará en respuesta a nosotros: ¡Aleluya!

FaLang translation system by Faboba
Copyright: Curia Generalis Fratrum Minorum Capuccinorum
Via Piemonte, 70 - 00187 Roma, Italia, tel. +39 06 42 01 17 10 / +39 335 1641820, ofmcap.org - 1528 - 2022 webmaster